
(Foto: Unsplash/Matt Palmer)
Nota de la editora: Global Sisters Report en español presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.

«En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra"» (Lucas 12, 49-53).
El Evangelio de hoy desconcierta porque Jesús ha ofrecido su paz de muchas maneras y, en este texto, el evangelista Lucas pone en su boca palabras fuertes: "¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división" ¿Qué pensar de esto? La respuesta viene dada por el carácter interpelante del Reino de Dios, su llamado a la conversión, su radicalidad.
De hecho, la vida de Jesús molestó e incomodó a las autoridades de su tiempo a tal punto que lo crucificaron. Jesús hubiera podido ser más prudente y no debería haberse opuesto tan directamente a los fariseos. Tal vez así, hubiera salvado su vida.
"Un Evangelio que no es capaz de despertar conciencia, de denunciar injusticias, de anunciar nuevos caminos, no tiene nada que ver con el Evangelio que Jesús nos confío, ante el cual es fácil de esperar oposición": teóloga Consuelo Vélez
Sin embargo, Jesús fue intuyendo el desenlace que le esperaba y no se echó para atrás; mantuvo la fidelidad y no temió su muerte. Lamentablemente nos han enseñado que Dios había previsto la muerte de su hijo para salvarnos, y de esa manera no hemos entendido que fue el mensaje del Reino el que llevó a Jesús a morir crucificado, por su fidelidad a la misión encomendada.
Este Evangelio, por lo tanto, nos invita a no temer la incomprensión, la persecución y, tantas veces, el martirio cuando mantenemos el “sabor a Evangelio” —del que habló el papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti (n.º 1)— en el anuncio que hacemos y en la vida que testimoniamos.
Por supuesto, no vamos a buscar el conflicto innecesariamente, y siempre se necesita el discernimiento para defender lo que no es negociable. Pero un Evangelio que no es capaz de despertar conciencia, de denunciar injusticias, de anunciar nuevos caminos, no tiene nada que ver con el Evangelio que Jesús nos confió, ante el cual es fácil de esperar la oposición.
Pidamos tener ese celo por anunciar el Evangelio como él es: un fuego que ha de arder, porque apremia la buena noticia de las sociedades justas y en paz, fruto de la puesta en práctica del Reino, con el cual todo lo demás se dará por añadidura.
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