La Hna. Stan Therese Mumuni posa para una foto rodeada de niños en el Hogar Nazaret para los Niños de Dios, en el norte de Ghana. (Foto: Doreen Ajiambo)
En 2014, Sarah estuvo a punto de perder la vida cuando sus vecinos de esta remota aldea del extremo nororiental de Ghana la acusaron de estar poseída por espíritus malignos y de causar la muerte de 17 personas, simplemente porque no podía hablar.
Aunque el Gobierno dijo que las víctimas murieron debido a un brote de cólera y que formaban parte de las 243 muertes registradas en Ghana, los vecinos afirmaron que Sarah era la responsable por ser discapacitada.
Sarah, que ahora tiene 12 años, nació sin producir lenguaje oral y no empezó a hablar hasta los 10; presentaba una condición del espectro autista, una forma de neurodesarrollo que puede afectar la comunicación y la interacción social. Esto puede representar un gran desafío para las familias, especialmente en países africanos, donde la información y el apoyo sobre esta condición suelen ser insuficientes o difíciles de encontrar.
En algunas partes de Ghana se cree que los niños nacidos con discapacidades físicas y mentales, incluidas deficiencias auditivas y visuales, son 'niños espíritu' y se consideran malos augurios para la familia y la sociedad en general.
A estos 'niños espíritu' se les culpa de las muertes en el pueblo, las malas cosechas, la infertilidad, la muerte de la madre durante el parto, la pobreza familiar, el hambre y los malos resultados de los niños en la escuela. En algunos casos, los bebés que nacen al mismo tiempo que una desgracia familiar también son acusados de ser 'niños espíritu', y son asesinados.
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"Me dijeron que mis propios padres querían matarme porque había nacido muda", cuenta Sarah mientras un torrente de lágrimas rueda por su rostro. "Intentaron matarme de hambre, pero Dios me salvó. Sin embargo, cuando el brote de cólera mató a la gente de nuestro pueblo, me echaron la culpa a mí, diciendo que poseía espíritus malignos", indicó.
Cuando los vecinos quisieron matarla, la hermana Stan Therese Mumuni acudió en su rescate y la llevó al Hogar Nazaret para los Niños de Dios, que ella fundó para atender a una de las poblaciones más vulnerables de Ghana.
"Me atacaron, pero me rescató la hermana Stan, de nuestra iglesia local", cuenta Sarah, que ahora está en cuarto curso. "Mis padres me rechazaron. Me llamaban bruja porque no podía hablar. Doy las gracias a la Iglesia y a la hermana por salvarme la vida", añadió.
Se estima que en Ghana hay alrededor de 2.8 millones de personas que viven con una condición de salud mental y que unas 650 000 presentan trastornos graves, según algunas fuentes [Human Rights Watch], lo que representa aproximadamente el 8 % de la población. La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que el país dispone únicamente de tres hospitales psiquiátricos públicos principales —Accra, Pantang y Ankaful— y que, aunque existen también unidades psiquiátricas en hospitales regionales, los recursos para la atención en salud mental son muy limitados.
La discapacidad en este país de África Occidental está muy estigmatizada y las personas con esta condición son discriminadas en escuelas, centros de salud, lugares de trabajo, hogares y aldeas. Por las calles del norte de Ghana hay carteles que advierten a las personas con discapacidad de que no se acerquen a los comercios.
Durante décadas, los activistas y las autoridades gubernamentales de este país, situado a lo largo del golfo de Guinea y el océano Atlántico, han intentado la promoción y la educación en un esfuerzo por poner fin a la práctica, pero sólo con un éxito marginal. En la actualidad, los niños que nacen con alguna discapacidad o deformidad siguen siendo vistos como presagios de una fatalidad inminente y asesinados por los 'hombres del brebaje', brujos que les administran una bebida venenosa a base de hierbas que los mata al instante.
En 2009, la Hna. Stan Therese Mumuni, superiora general de las Hermanas Marianas del Amor Eucarístico, se propuso documentar las supersticiones sobre los niños discapacitados en el norte de Ghana. Su objetivo era localizar y desenmascarar a algunos de los responsables de estos asesinatos sin sentido y poner fin a esta práctica.
Mumuni fundó un hogar donde los niños que nacen con defectos congénitos y están amenazados por sus familiares y su comunidad reciben cobijo, comidas nutritivas, atención sanitaria y educación, así como amor incondicional.
Una niña con discapacidad auditiva y del habla cuida a un bebé dormido en el Hogar Nazaret para Niños de Dios, en el norte de Ghana. (Foto: Doreen Ajiambo)
"No fue fácil. Alquilé una casa en el pueblo durante cinco años, mendigando comida y medicinas para ayudar a estos niños", cuenta Mumuni, que fue nombrada finalista del Premio Opus 2017 en apoyo a su labor de atención a huérfanos discapacitados en Ghana. "Como religiosas, estamos llamadas a servir a la gente y nos entregamos a Dios para el servicio de las personas que son pobres. Les damos amor incondicional y les mostramos que aún tienen otra oportunidad de vivir", apuntó.
Sarah formó parte del primer grupo de niños discapacitados rescatados por Mumuni de los enfurecidos aldeanos cuando solo tenía 7 años. La niña no tenía forma de comunicarse con los que la rodeaban, salvo unos pocos signos imitativos que ella misma había inventado, cuenta la religiosa. Por aquel entonces, no sabía escribir.
Los médicos de Estados Unidos que habían visitado el hogar enseñaron a Sarah a articular sus pensamientos leyendo los labios y apoyándose en el contexto, sus conocimientos de la lengua materna y lo que le quedaba de audición.
"Estoy muy contenta porque Sarah ahora puede hablar con fluidez y asiste a la escuela. Sarah fue condenada por sus propios padres porque nació [sin poder hablar]. Me pregunto por qué los padres pueden llamar 'niños espíritu' a sus propios hijos, siendo ellos quienes los parieron", afirma Mumuni, quien añadió que la niña creció con tres hermanos y cuatro hermanas en el norte de Ghana.
Niños en el Hogar Nazaret para Niños de Dios, en el norte de Ghana. (Foto: Doreen Ajiambo)
Aunque no hay un número exacto de muertes como consecuencia de estos rituales en todo el país, Mumuni cree que podrían ser miles. Recibe una media de cinco peticiones diarias de personas de su aldea para rescatar a niños que han sido desterrados, arrojados a la calle, alimentados con veneno o abandonados a su suerte.
Mumuni, que ingresó en el convento en 1994, ha estado trabajando con su congregación para concienciar y acabar con la tradición que ha perjudicado a tantos de sus antepasados; por eso, visita semanalmente los pueblos para hablar con los ancianos y los líderes locales sobre la necesidad de cambiar la percepción que tienen de los niños nacidos con discapacidad.
La religiosa dijo que algunas afecciones son consecuencia de la falta de atención médica. Por ejemplo, las mujeres de las zonas rurales dan a luz sin acudir nunca a una clínica de atención prenatal ni ver a una comadrona. Como resultado, hay más probabilidades de que el bebé tenga un defecto congénito.
"Estamos convenciendo a la gente de los pueblos mediante la educación y la concienciación para que acepten a estos niños y comprendan que fueron creados a imagen de Dios", afirma Mumuni, quien lleva más de 20 años trabajando como misionera en África Occidental. "La educación les ayudará a entender que las discapacidades físicas tienen una explicación médica", apuntó.
El obispo Vincent Sowah Boi-Nai elogió la labor de Mumuni y declaró a Global Sisters Report que la Iglesia había intensificado la educación pública para eliminar la percepción negativa de que la discapacidad es una maldición o una aflicción maligna.
"Las hermanas están haciendo un trabajo muy bueno y como Iglesia siempre las apoyamos plenamente", afirmó el obispo de la diócesis de Yendi, en el norte de Ghana. "Intentamos pedir donativos en la medida de lo posible. Hacemos talleres comunitarios para educar a la comunidad sobre estos niños", afirmó.
Samuel Abugri, de 20 años, desea ir a la universidad tras recibir su educación, con la ayuda de Mumuni, en el Hogar Nazaret para Niños de Dios, a donde lo llevaron después de que sus padres murieran y no hubiera nadie que se ocupara de él. (Foto: Doreen Ajiambo)
En general, el proyecto ha sido un éxito. Hasta ahora, Mumuni ha podido salvar a cientos de niños que habrían muerto debido a la práctica tradicional. Algunos están en institutos, mientras que otros siguen esperando para ir a la universidad. La religiosa ha estado mostrando a estos adultos sanos que ahora son miembros activos de la sociedad.
Samuel Abugri es uno de los que han salido adelante bajo sus cuidados. Llegó al hogar en 2009, tras la muerte de sus padres. La comunidad les culpaba a él y a su hermana, ambos con discapacidad auditiva, de causar la muerte de sus progenitores. Hoy, Abugri está a la espera de matricularse en la universidad tras recibir tratamiento auditivo de los médicos.
"Me siento muy feliz de estar aquí", dice Abugri, de 20 años, quien vive con su hermana en el hogar. "Ahora puedo ir a la escuela y también como muy bien con la ayuda de la hermana Stan", asegura.
La Iglesia y donantes locales e internacionales han ayudado a Mumuni a capacitar a las mujeres locales con pequeños préstamos para que puedan mantener a sus familias y tener la oportunidad de participar en la toma de decisiones en sus aldeas, algo que puede ayudar a combatir el fenómeno de los 'niños espíritu'. También ha estado capacitando a algunos de los niños ya adultos y a los trabajadores de su centro en la elaboración de pasteles, pan y ropa para crear ingresos con los que mantenerse a sí mismos y a otros en el futuro.
Pero hay que hacer más y con urgencia, dijo. "No tengo dinero para ayudar a todos los 'niños espíritu'. Dependemos de las donaciones y a veces mendigo literalmente de tienda en tienda en nombre de estos niños", explica Mumuni, quien señala que recibe peticiones para acoger a más 'niños espíritu' que han sido abandonados en la calle para que mueran; sin embargo, su casa y sus recursos son limitados.
Sarah no puede entender por qué sus padres querían matarla y se siente traicionada por sus actos, por lo que juró no perdonarlos nunca.
"Nunca volveré a casa de mis padres. Querían matarme y ya no confío en ellos. Quiero quedarme aquí con la hermana Stan y los otros niños", solloza.
Nota 1: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 18 de noviembre de 2019.
Nota 2: Doreen Ajiambo es corresponsal en África y Oriente Medio de Global Sisters Report.
