
Un fresco con escenas de la vida de San Benito de Nursia, en la Abadía de San Benito en Atchison, Kansas. (Foto: Flickr/Randy Greve)
Desde que Judith Valente, una oblata benedictina, dirige retiros contemplativos tanto por Internet como en monasterios de todo el país, se ha dado cuenta de que los laicos (ya sean católicos o espirituales no religiosos, casados o solteros, hombres o mujeres) superan en número a los monjes y hermanas en una proporción de tres por cada uno.
"¿Y por qué?", se preguntó Valente, autora y copresidenta del movimiento Being Benedictine in the 21st Century [Ser benedictino en el siglo XXI]. "Hay hambre de comunión auténtica. No solo de comunicación, sino de auténtica comunión, y uno de los mayores valores monásticos es la hospitalidad. Aquí de repente se sienten valorados, como si pertenecieran a este lugar", respondió.
Valente establece paralelismos entre la actualidad y la época de san Benito de Nursia, y no cree que el renovado interés por el monacato en los últimos años sea casualidad.
Padre del monacato occidental, Benito escribió La Regla (documento que acabaría sirviendo de fundamento a su tradición monástica) en el siglo VI, durante el hundimiento del Imperio Romano, las invasiones bárbaras, la pérdida de credibilidad institucional y unos dirigentes políticos que priorizaban los intereses personales sobre el bien común.
"Vivió en una época que se parece mucho a nuestras últimas noticias", afirmó Valente, que es oblata de las Hermanas Benedictinas del Monte Santa Escolástica en Atchison, Kansas, EE. UU.
Las tradiciones monásticas (como la estabilidad, el silencio, la comunidad, la hospitalidad, el amor por el aprendizaje y el crecimiento continuo, por nombrar algunas) hablan de este momento y las escuchan desde los no religiosos hasta las hermanas católicas apostólicas.

Especialmente en los últimos años, las hermanas católicas en comunidades apostólicas (que tienden a llevar un estilo de vida más móvil y ministerial con menos estructura que sus hermanas monásticas) han vuelto a comprometerse con la dimensión contemplativa comunitaria de la vida religiosa. (En 2017, la Conferencia de Liderazgo de Religiosas, que representa al 80 % de las religiosas estadounidenses, honró a la carmelita de Baltimore, la Hna. Constance Fitzgerald, una erudita contemplativa, con su Premio al Liderazgo Sobresaliente, lo que ilustra el renovado énfasis en la reflexión silenciosa y significativa).
El Concilio Vaticano II encendió una mecha para las congregaciones religiosas a principios de los años sesenta. De pronto se animó a las religiosas a volver a sus visiones fundacionales a través de sus ministerios orientados a la acción, modelando la vida de Jesús con los carismas de su comunidad en el centro de sus llamadas a la acción. Pero a medida que cambian las necesidades, también lo hacen las formas en que responden las comunidades religiosas y hoy muchas se sienten llamadas a centrarse en el hambre espiritual creciente de la sociedad y a reivindicar el valor de la contemplación colectiva.
"Hay un gran interés en volver a unir las dos caras de la moneda (contemplación y acción de nuevas formas), especialmente a través de las religiosas apostólicas", afirmó la Hna. Nancy Sylvester, cuya congregación del Inmaculado Corazón de María en Monroe, Michigan, es apostólica. De hecho, muchas congregaciones apostólicas de hoy, como las Ursulinas, se refieren a sus carismas como "contemplación en acción".
"Es un proceso evolutivo", declaró y señaló que los aproximadamente 60 años de oscilación del péndulo hacia el activismo "no son muchos en tiempo evolutivo", pero sí suficientes para considerar una "nueva integración" para un futuro que aún está emergiendo.
Advertisement
Preguntarse por qué hay un interés renovado por el monacato se presta a un ocioso ejercicio de especulación. Decir que el monacato está experimentando un "retorno" es malinterpretar la tradición, como explica la Hna. benedictina Linda Romey.
El monacato, por el contrario, se experimenta como una "evolución, un avance", sin vuelta atrás, explicó Romey, miembro de las benedictinas de Erie, Pennsylvania.
"Si el monacato es una puerta a una vida más contemplativa, eso significa que es una puerta al futuro, a un conocimiento más profundo de lo que es ser una criatura humana hecha a imagen de Dios", argumentó.
'Vivir de otra manera'
El sacerdote episcopal Adam Bucko no está convencido de que la humanidad atraviese hoy un "proceso de secularización" ni de que exista siquiera una distinción significativa entre lo secular y lo sagrado.
"Nos dicen que el tabernáculo está vacío", afirmó, y añadió que sin embargo "muchas personas que se identifican como no religiosas, en realidad no están en las iglesias porque han encontrado a Dios en otra parte: en la naturaleza, en el activismo, uniéndose a personas que luchan por la justicia, en lo que podríamos llamar espiritualidades menos religiosas, como el mindfulness".
Bucko es cofundador del Centro para la Imaginación Espiritual, una nueva comunidad monástica que entrelaza las tradiciones benedictina, franciscana, cisterciense y carmelita con otras influencias espirituales. El padre cree que lo que una persona siente por las iglesias no es un indicador de lo que siente por Dios, la espiritualidad o la búsqueda mística de sentido y propósito.

Las estadísticas lo confirman. Un tercio de los jóvenes carece de afiliación religiosa, tres veces más que la generación de sus abuelos. Pero esta estadística esconde un detalle crucial, aunque menos conocido: entre los que no son religiosos, aproximadamente dos tercios dicen que siguen creyendo en Dios en diversos grados.
Movimientos como Nuns and Nones, una comunidad popular que une a hermanas católicas y jóvenes en busca de espiritualidad, han proporcionado un espacio para conversaciones espiritualmente ambiguas entre los interesados en explorar tanto lo contemplativo como lo comunitario.
Quizá sea natural que los monasterios se hayan convertido desde entonces en el hogar de algunos de sus miembros.
Durante los dos últimos años, Katie Gordon, cofundadora de Nuns and Nones, ha vivido con las Hermanas Benedictinas de Erie. Lo que empezó como unas prácticas de verano se transformó en la decisión de vivir indefinidamente en la comunidad Pax Priory del monasterio.
Ver de primera mano cómo los benedictinos viven su vida en busca de Dios de una "manera generadora y abierta" hizo que Gordon quisiera quedarse y aprender más sobre su estilo de vida de 1500 años de antigüedad, el modelo comunitario para "vivir de otra manera".

De izquierda a derecha: Katie Gordon y las Hnas. benedictinas Jacqueline Sánchez-Small y Val Luckey, en la ceremonia de primera profesión de Sánchez-Small con la comunidad benedictina de Erie, Pennsylvania, en noviembre (Foto: cortesía de Katie Gordon).
Gordon, de 30 años, se crió en el catolicismo, pero pasó la mayor parte de sus 20 en una expedición espiritual centrándose menos en precisar los detalles de sus creencias y más en obtener inspiración, significado y alimento místico de diversas tradiciones religiosas. En los últimos años ha estado especialmente inmersa en el mundo de las religiosas contemplativas.
"Estamos atravesando un momento de gran agitación y esta forma alternativa de ser ofrece un modelo de comunidad para atravesarlo", afirmó en relación con este momento de la historia.
Aunque la palabra monacato suele evocar imágenes de religiosidad extrema (probablemente de personas recluidas e inmersas en las Escrituras), el concepto es mucho más amplio.
"Monacato es una palabra de estilo de vida, no de religión", explicó la Hna. Judith Sutera, benedictina de Atchison, Kansas. "Es un intento de ver la unidad en toda la creación", agregó.
La Hna. Joan Chittister, benedictina, teóloga y escritora, recuerda las frustraciones que sentía de niña cuando surgían las grandes preguntas sobre Dios y las respuestas insatisfactorias que le daban para que simplemente tuviera fe, a pesar de que todo le pareciera poco creíble.
"En general, como cultura no tenemos un Dios suficientemente grande en el que creer", declaró a Global Sisters Report. "Hemos disminuido a Dios. Hemos hecho de Dios un titiritero, un mago, una máquina expendedora, un guerrero, un juez, todos ellos retazos de nosotros mismos. Pero, por supuesto, cualquier persona con entendimiento [mira] al cielo por la noche diciéndose a sí misma, ¿qué hay ahí fuera? ¿De dónde viene todo esto? ¿Hacia dónde va? ¿Y qué pasa con la gente que se ha ido de nuestras vidas? ¿Dónde están? Son preguntas cósmicas. Y creo que para mí, mi Dios es un Dios cósmico", precisó.
El monacato (definido por Chittister en su libro más reciente, The Monastic Heart, como "la búsqueda con un solo corazón de lo que importa" en todas y cada una de las vidas) apela a esas preguntas y a la exploración de un Dios que "no es un dibujo de nuestras propias vidas", declaró a GSR.
"¿Creo que esta [práctica] tiene que ser cristiana o católica? En absoluto".
Incluso después de más de dos años viviendo con la comunidad de Chittister, Gordon declaró que el examen de sus creencias no es donde vuelca su energía cuando se trata de su identidad espiritual o religiosa. Ha llegado a entender la espiritualidad más como una "experiencia encarnada, no como una experiencia racional".
"Hay suficiente espacio en las prácticas para que yo me muestre y cultive una conciencia de lo Divino, sea como sea que lo entienda, incluso si no sé lo que creo, incluso si soy un poco agnóstica o escéptica espiritualmente", señaló, añadiendo que encuentra un terreno común con el enfoque benedictino de la "espiritualidad de la creación", una teología decidida a encontrar a Dios en toda la vida.
Bucko, que también es coautor de The New Monasticism: An Interspiritual Manifesto for Contemplative Living (El nuevo monacato: un manifiesto interespiritual para una vida contemplativa), afirma que a veces observa que las comunidades monásticas se preguntan cómo pueden ser relevantes en el mundo y qué pueden ofrecer a los jóvenes que anhelan una espiritualidad no necesariamente cristiana.
"Este es el momento de que aquellos que se sientan llamados a la vida monástica o apostólica tradicional reevalúen realmente sus raíces, se familiaricen de nuevo con los dones que sus diferentes tradiciones les ofrecen y traten de encarnarlos, confiando en que de algún modo les serán útiles para lo que está por venir", declaró.
"Lo que necesitamos ahora son maestros espirituales, guías espirituales, comunidades a las que podamos acudir y ver cómo es una vida transformada. Lo necesitamos más que nunca, desde luego durante mi vida", indicó.
Valente argumenta que la "fluidez" en la vida monástica, en la que los compromisos de por vida no son la expectativa para todos los interesados en participar, merece ser considerada dentro de las comunidades monásticas. (Como oblata, Valente ha hecho voto de vivir los valores monásticos como asociada secular de los benedictinos).
Refiriéndose a otras tradiciones, Valente señala que uno puede ser monje budista durante tres o cinco años antes de seguir adelante con su vida, algo parecido a lo que Gordon está haciendo con los benedictinos de Erie. "¿Y qué es lo peor que puede pasar? Que te llevas contigo al mundo esos valores monásticos de escucha, comunidad, hospitalidad, sencillez".
Recuperar lo monástico
Sutera, que tiene un máster en estudios monásticos, recordó un coloquio que reunió a representantes de diversas comunidades religiosas allá por 1990. En aquel momento le llamó la atención que, cuando las hermanas de las comunidades apostólicas se presentaban a sí mismas y a sus congregaciones, señalaban que se habían fundado "como reacción contra la vida monástica".
Se referían a una vida de clausura, aislada del mundo y obligada a largos periodos de oración, cualidades que, de hecho, describían el monacato "constreñido" de hace siglos, comentó Sutera.
Pero "nos quedó claro que no entendían realmente lo que era el monacato", porque no eran más que características de la época, una época en la que tanto la Iglesia como la cultura limitaban el papel de la mujer. Así surgieron las comunidades apostólicas (franciscanas y dominicas entre las primeras), decididas a abandonar los muros del monasterio para servir a los pobres, abrir escuelas y seguir el modelo de Jesús.
Sin embargo, las comunidades monásticas "no nacieron para hacer cosas, sino para ser algo", afirmó Sutera. "Eso es lo que la gente quiere recuperar ahora porque estamos muy lejos de una quietud contemplativa o de un lugar sagrado o de comunidades leales de por vida o de cualquier tipo de compromiso permanente con algo".

Un grupo de amigas benedictinas de Erie, Pennsylvania, celebran la ceremonia de profesión perpetua de la Hna. Val Luckey en octubre. (Foto: cortesía de Katie Gordon)
Sylvester, que también es fundadora y directora del Instituto para la Contemplación y el Diálogo Comunales, afirmó que recuperar "el sentido del porqué estamos aquí" requerirá algo más que volver a consultar el Catecismo de Baltimore, como ocurría cuando ella era niña.
"Las religiosas estamos viendo ese hambre y creemos (esta especie de instinto) que tenemos algo que ofrecer. Y todavía estamos luchando por descubrir cómo y qué forma puede tomar, qué contenedor podría albergar esta nueva conciencia. En este momento estamos al borde del viaje evolutivo", aseveró.
Para muchas hermanas monásticas, como la Hna. benedictina Idelle Badt, el silencio es una de las mayores ofrendas de la tradición que le permite "desconectar del mundo" cuando regresa a su monasterio de la Anunciación en Bismarck, Dakota del Norte.
"No tengo el bombardeo constante del ruido blanco", declaró esta hermana de 45 años, y añadió que hasta que no experimentó el silencio compartido en comunidad no se dio cuenta de lo necesario que es el silencio. "Hay algo mágico cuando te sientas en completo silencio con otras 40 personas; tus pensamientos cambian, tu cuerpo se relaja y te sientes más cerca de Dios y de quienes te rodean".
Escapar de la charla constante y de las conversaciones cruzadas es especialmente atractivo para los miembros más jóvenes de la congregación dominicana de la Hna. Megan McElroy en Grand Rapids, Michigan, según cree ella misma. McElroy, que fue codirectora del noviciado de su comunidad entre 2010 y 2018, también pasó tres semanas en una experiencia de inmersión con la comunidad contemplativa dominicana en Squamish (Columbia Británica) en 2016 trabajando en su proyecto de tesis sobre las misiones de predicación de las monjas dominicas que viven una vida contemplativa y monástica.
En el noviciado pudo conocer el deseo de los miembros más jóvenes de incorporar al programa más tradiciones monásticas, como el silencio.
"Todo el ruido que encontramos en nuestra vida cotidiana nos hace sordos ante la voz de Dios", aseguró, haciendo referencia a imágenes del libro Sabbath, de Wayne Muller. "Creo que lo que buscan los miembros más nuevos es ese espacio, el espacio monástico por así decirlo, en una luz apostólica que les permita escuchar cómo Dios nos llama a responder a lo que el mundo está pidiendo a gritos".

En cierto sentido, las hermanas más jóvenes intentan recuperar algunas de las tradiciones que las hermanas mayores "dejaron escapar durante toda una vida", señaló.
McElroy añadió que ahora, entre los miembros más antiguos de la comunidad, existe un "reconocimiento de que esas prácticas tenían algún valor, así que ¿cómo las recuperamos? Los miembros más nuevos están concienciando a las comunidades de que es un regalo para nosotros poder vivir en común, tener momentos de tranquilidad. Eso nos refresca y nos da la energía necesaria para llevar a cabo nuestro ministerio de una manera más plena".
El orden no significa rigidez
Entre las ideas erróneas que rodean la vida monástica (además de la imagen de que todos los monjes están enclaustrados) destaca la percepción de aburrimiento, "marchar a las comidas y subyugar nuestro individualismo", afirmó Sutera.
"No podría estar más lejos de la verdad. (...) Que sea predecible no significa que tenga que ser monótono", explicó añadiendo que, por el contrario, el estilo de vida consiste en ofrecer estabilidad en un mundo inestable.
El estilo de vida rítmico beneficia especialmente a Sutera debido a su grave trastorno de déficit de atención: "La vida monástica no es para los fuertes, sino para los débiles, porque tenemos una estructura a nuestro alrededor. Existe la expectativa de que cuando ellos recen, tú reces, cuando ellos coman, tú comas".
Badt siente lo mismo al sentirse animada por la actividad de grupo, y señaló que es más fácil comprometerse con las oraciones matutinas y vespertinas con otras personas que por su cuenta. "Si viviera sola, podría, pero probablemente no lo haría".
Como escribió Chittister en su libro: "El orden no significa rigidez".
La coherencia que Gordon experimenta mientras vive en el priorato (en concreto, la Liturgia de las Horas por la mañana y por la noche) le sirve de "ancla" en medio de los cambios y la incertidumbre de su vida. Las oraciones, a las que califica de "invitación a la conciencia de lo Divino", actúan como "puntuación del día".
Sutera cree que la gente necesita "replantearse" su percepción del monacato y cómo puede aplicarse a su estilo de vida.
"El servicio y la contemplación no deben excluirse mutuamente. Eso es lo que tenemos que reconocer: que el mundo está hambriento de oración y comunión y hay diferentes maneras de vivirlo. La nuestra es simplemente una estructura que ha funcionado durante 1500 años".
Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 13 de diciembre de 2021.